Lo que un padre no debe decir




Me temblaban las manos mientras miraba la larga lista de notas 
malas que aparecían en la libreta de mi hijo, estudiante de
 enseñanza media.
-¿No te advertí que esto iba a suceder? -le reclamé.
Él, callado, me daba la espalda. Proseguí mi ataque.
-El problema contigo es que eres un flojo.
Enfurecida por su silencio, añadí:
-Ni siquiera tiene sentido tratar de hablar contigo. ¡No vas 
a lograr nada en la vida!
Acababa de golpear a mi hijo con tres tipos de observaciones que, 
según los expertos, se cuentan entre las más perjudiciales para los niños:
 un “¡Te advertí!” pronunciado desde la excelsitud de mi sabiduría,
 una etiqueta negativa y una condena general de su futuro. Envuelta
 en mi propia rabia y frustración, denigré y aparté de mí a mi hijo, 
y empeoré una situación de por sí mala.
De tanto en tanto, todos decimos cosas ofensivas a nuestros hijos,
 y no por ello se acaba el mundo. Empero, la repetición constante 
de comentarios como los anteriores puede perjudicarlos para toda
 la vida. “Los niños aprenden a comunicarse en casa”, observa 
Michael Baetty, profesor de comunicación en la Universidad Estatal 
de Cleveland, en Ohio. “Los chicos que son blanco permanente 
de insultos y críticas llegan a adultos usando el mismo lenguaje 
 negativo”. Esto puede ocasionarles dificultades en el trabajo, con
 sus cónyuges y con sus propios hijos.
Los psicólogos, los educadores y otros expertos han identificado 
los comentarios más destructivos que los padres hacen a sus 
chicos. Si usted ha incurrido en esta conducta, quizá está 
minando la sensación de bienestar de su hijo hoy y en los
 años venideros. He aquí siete de las frases más comunes y 
destructivas que puede decir a sus pequeños.

“DEBERÍAS HABERLO HECHO ASÍ”

En su libro The Self-Confident Child (“El niño seguro de sí mismo”),
 la doctora Jean Yoder y William Proctor describen en caso de un 
niño en edad preescolar que, con mucho esfuerzo, aprende a atarse
 los cordones de sus zapatillas. Va con su padre y le muestra  
orgullosamente su logro.
-Fantástico -le dice éste-, pero deberías haberte puesto cada zapato
 en el pie que  corresponde.
Kevin Leman, psicólogo de Arizona, y uno de los conductores de 
un programa de radio en el que se da consejos a los padres, recomienda
 a su auditorio no conjugar el verbo deber con los hijos. 
"No sea crítico”, advierte. Cuando se combina el elogio con
 la censura, los chicos suelen prestar más atención al aspecto 
negativo del comentario. “Si su pequeña de cinco años ha hecho
 su cama, y usted de inmediato reacomoda la almohada mientras
 le dice que ha hecho un magnifico trabajo, ella pensará: Mamá
 alaba mi esfuerzo, pero supongo que pude haber hecho esto mejor".
En Massachusetts, un padre de cinco muchachos recuerda un 
incidente de la época en que era entrenador del equipo de béisbol
 de su hijo, que entonces tenía 12 años. “Ya casi al final de su 
partido, con el marcador muy parejo, a mi hijo le tocó batear”, 
relata el padre. “Aunque había casa llena, lo poncharon. Lo puse 
de vuelta y media mientras regresaba a la caseta de jugadores. 
Le dije cómo debería haber sostenido el bate, y luego agregué que 
hasta un chico de nueve años lo habría podido hacer mejor que él”. 
Su hijo estaba consternadísimo.
Herido por las constantes humillaciones que le hacía objeto su 
padre, el muchacho se volvió hosco y retraído. Finalmente el 
hombre comprendió que sus palabras eran demasiado duras. 
Aprendí que, en lugar de gritar, era más sensato que yo conversara 
con mi hijo sobre sus errores y la manera de corregirlos”.
Hasta la crítica constructiva duele cuando se expresa en un 
mal momento; por ejemplo, inmediatamente después de que 
el niño ha fallado en alguna tarea. Su vulnerabilidad es mayor
 entonces. Puesto que ni el padre ni el hijo pueden modificar 
un resultado decepcionante, en ocasiones es preferible no
 hablar del asunto de inmediato. “Más tarde”, recomienda 
Anita Vangelisti, profesora adjunta de comunicación verbal 
en la Universidad de Texas en Austin, “dirija sus esfuerzos
 a explorar los sentimientos del niño y a trabajar con él para encontrar
 la manera de mejorar su desempeño”.

"¿ESO ES TU CABELLO O TE PUSISTE UN TRAPEADOR EN LA CABEZA?"

Las bromas que hacen los padres son más hirientes, dice Carole Lieberman,
 psiquiatra de California. “Los hijos dependen de sus padres para que les digan 
quiénes son en el mundo”, explica . Las bromas crean incertidumbre porque los pequeños
 nunca saben hasta qué punto habla en serio el padre. Y, con frecuencia, esa  
incertidumbre persiste.
“De niña era regordeta”, recuerda Vangelisti, “y mi madre solía observar que tenía la 
complexión de un retrete de ladrillo. Yo sabía que no pretendía lastimarme, sino que
 era tan sólo su manera de decir que era una niña robusta y saludable. Pero me resultaba
 desagradable. Y arrastré esa susceptibilidad a las bromas hasta mis primeros años de adulta”.
En un estudio clínico de 40 mujeres obesas, realizado en el Centro Yale para trastornos
 de la alimentación y el peso, en Connecticut, los investigadores examinaron la relación
 entre la propia estima y las burlas en torno al peso y el tamaño. Las mujeres que afirman
 haber sido objeto de bromas sobre su peso en la infancia y la primera juventud, al llegar 
a la adultez tenían una opinión más negativa de su aspecto.
“NO ES PARA TANTO”

 La educadora de padres Adele Faber, coautora de How to Talk So Kids Can Learn
 at Home and  at School (“Cómo hablar a los hijos para que aprenda en casa y en
 la escuela”), recuerda la ocasión en que su hija anunció:
-Odio a la abuela.
Adele salió instintivamente en defensa de su madre.
-Es horrible que digas eso -la reprendió-. No estás hablando en serio.
De inmediato la educadora se percató de que le había comunicado a la chiquilla que
 sus sentimientos no contaban. Cuando continuamente negamos los sentimientos de 
nuestras hijos, les damos a entender que no deben expresarlos, y ellos empiezan a creer que lo mejor es guardarse la ira y otras emociones.
Una especialista en higiene dental siente remordimientos por una conducta que manifestó 
muchas veces cuando estaba criando a sus tres hijos . “Tenía una respuesta para cada problema”,
 relata. Cuando mi hija no logró entrar en el equipo de animadoras deportivas, le dije: 
“Podría haber sido peor, la chica que sí lo consiguió probablemente lo necesitaba más que tú".
 Cuando una muchacha rompió una cita con uno de sus hijos, comenté: "Tal vez tuvo que salir
 con su familia”.
Al mirar las cosas en retrospectiva, se da cuenta de que no debió tratar de minimizar la 
decepción de sus hijos, pues con ello les dio a entender que sus sentimientos carecían 
de importancia. Cuando su hijo exprese una fuerte desilusión o una emoción negativa, 
aconseja Adele Faber, no lo contradiga. En vez de ello, escúchelo y acepte respetuosamente
 sus sentimientos.
Una vez que haga esto, continúa la educadora, el muchacho podrá empezar a hacer  frente
 a esos sentimientos y, quizá, buscar su propia solución. La especialista en higiene dental
 habría podido decir a su hija: “Es doloroso que te rechacen en algo que deseabas tanto”. 
Y a su hijo: “Seguramente te resulta muy desalentador que una chica rompa
 la cita que tenía contigo”.
 por Harriet Webster

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